viernes, marzo 30, 2007

MIGUEL HERNANDEZ



El 28 de marzo de 1942 moría en Alicante, victima de la tuberculosis, Miguel Hernández Guilabert. Condenado a 30 años de prisión, tras librarse de una pena de muerte, se consumió en el Reformatorio de Adultos de Alicante, entre versos que le salían del alma.

En la cuna del hambre
Mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
Se amamantaba

Aprendió a leer y a escribir, obteniendo excelentes calificaciones, pero su padre le sacó del colegio de los jesuitas para llevarlo a la montaña a cuidar cabras. Su espíritu creador no le abandonaba ni un instante:

De cuclillas ordeño
Una cabrita y un sueño

Su paso por Madrid fue mediocre, quería ser como Antonio Machado, Ruben Darío, Juan Ramón Jiménez, pero en las grandes calles de la ciudad, sólo era el pastor de cabras.

Cuando estalla la guerra se abre paso Vientos del pueblo, todo el coraje y la rabia que llevaba dentro. Pero la guerra le convierte en el poeta del pueblo, en agitador de masas y en portavoz del frente de batalla. Intenta huir pero es delatado y condenado a muerte, aunque es puesto en libertad por un error. Intenta volver a Orihuela, donde es apresado de nuevo y condenado a 30 años de prisión. No volvería a salir de allí, comido por lo piojos, y tuberculoso acabaría sus días, sus 31 años en manos de los vencedores. Su mujer, Josefina Manresa recogió sus pertenencias de la mano de su hijo, y volvió a Cox. El mundo perdió algo más que un poeta, perdió un viento del pueblo, un rayo que no cesa y un perito en lunas.

ELEGÍA

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del
rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.


Miguel Hernández



11. ELEGIA.MP3

lunes, marzo 05, 2007

RETRATO - ANTONIO MACHADO






Antonio Machado y Ruiz nació en Sevilla en 1875.

Fue un hombre bueno, ensimismado, de sobria y honda sensibilidad. rehuyó siempre los honores, y se le veía siempre paseando solo, o escuchando en silencio a sus compañeros de tertulias. Sólo su mirada "tan profunda" parecía arder.

LOS ULTIMOS DIAS DE MACHADO EN CATALUNYA - Por Felipe Sérvulo



Retrato



Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido-
ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.